domingo, 27 de mayo de 2012

Dios salve a mis zapatos


Zapatos de tacón. La mayoría de las mujeres nos volvemos locas solo con oír esta palabra. Es algo que parece ir de la mano de nuestra feminidad. Conozco a pocas mujeres a las que no les gusten. Aunque muchas aseguran que no pueden andar con ellos, se paran en los escaparates de las grandes firmas simplemente para admirarlos. Sabiendo que no pueden tocarlos, solo mirar. Pero, ¿A qué viene tanto revuelo?




Mi película favorita de Disney es Cenicienta. Creo que esto ya dice mucho sobre mi opinión acerca de los zapatos. Por si fuera poco, a los 18 años descubrí la serie Sexo en Nueva York e irremediablemente me enamoré de Carrie Bradshaw, su pasión por los zapatos y su locura por estar siempre perfecta. Esto corrobora que estoy perdida cuando me pones un par de tacones delante. 


¿Será entonces que los medios de comunicación han hecho que me enamoré de los zapatos hasta el punto de llevarlos aunque me duelan las rodillas? Creo que no. Ha influido notablemente en mí pero mi verdadera obsesión comenzó cuando empecé a llevarlos y a sentir el poder que ejercían sobre mí y sobre los demás.

No es que sea extremadamente bajita, pero mi 1’63 cm. de altura se desvanecen cuando me subo a un par de tacones y de repente estoy a la altura de los demás. Además, y como sabrán muchas mujeres, un buen par de zapatos de tacón convierten un outfit de vaqueros y camiseta en un look más elegante sin mucho esfuerzo (excepto el que tienen que sufrir tus pies). 

Por eso, tener varios pares de zapatos parece una buena idea incluso en tiempos de crisis. Si unos zapatos de Christian Louboutin combinados con ropa más modesta consiguen que seas la envidia de toda la fiesta, parece una buena opción. Inviertes en zapatos. 

Además, siempre te quedan bien. Mi amiga Adriana me comentaba el otro día a raíz del último post que escribí que ella se deprimía al ir de compras cuando no encontraba lo que quería o esa tarde nada le quedaba bien (algo que nos ha pasado a todas). Pues bien, con los zapatos no tienes ese problema. Tienes el número 39 y sabes que aunque ayer te hayas comido una pizza con patatas fritas y helado, el zapato no te va a marcar tu nuevo michelin. Y eso es algo que no puede decir un vestido. 

Para todas aquellas que os gusten los zapatos tanto como a mí, estoy segura de que os va a encantar el documental God Save My Shoes. Le vi hace unas semanas y me sentí identificada con muchas de las cosas que decían. Aunque evidentemente mi colección de zapatos es mucho más reducida. Podéis ver varios fragmentos aquí y comprobar que no sois las únicas enamoradas de este complemento. 


Y es que los zapatos de tacón te hacen soñar. Te dan fuerza y energía aunque no sepamos muy bien cómo.  Te hacen sentir especial. Juegan con las emociones y contra eso no hay lógica que valga. Reconozco que me encantan los zapatos de tacones altos. Me apasionan. Y tengo varios pares en el armario. Y digo en el armario porque he descubierto que cada vez que me pongo tacones muy altos varios días seguidos, las rodillas empiezan a dolerme. Y mucho. Así que he decidido, hacerme fan de los zapatos planos en mi día a día y dejar todos mis taconazos para fines de semana y ocasiones especiales. O para aquellos días que necesito una dosis extra de energía. 

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